Han pasado varios días desde que finalicé mi primer curso de aikido con el Maestro ENDO. La verdad que ha sido una experiencia inolvidable, y por supuesto única. Todavía al pensar en la experiencia vivida hace que se me ponga la piel de gallina.
El primer día de curso quedé con Guille en la entrada del polideportivo de la localidad de Armilla. Para nada me encontraba nervioso, aunque lo habían intentado y casi lo consiguen algunos musubos, entre ellos nuestro “chen”. Por casualidad, me encontré en la entrada con otros dos musubos, David y Francis, y al ver que Guille no llegaba decidí entrar con ellos.
Caminamos hasta la entrada del pabellón cubierto, hablando de temas que no recuerdo, pero conforme nos íbamos acercando al pabellón mi estado interior iba cambiando. Para nada eran nervios, no puedo describir aquella sensación, pero siendo franco, notaba como mis pulsaciones iban en aumento.
Una vez en el vestuario, mientras me cambiaba de ropa, los dos amigos musubos que me escoltaron por el camino de entrada, me comentaban anécdotas vividas en otros cursos con el Maestro ENDO, pero mi estado interior no me dejaba prestar la atención deseada, era como si tuviera los oídos taponados.
En el trayecto del vestuario al tatami, mis pulsaciones subieron un poco más, no era normal en mí, pensé que podría ser del frío que hacía en aquel congelador de pabellón.
Cuando dejé mi bolso y me coloque en seiza para entrar al tatami, mis cuádriceps quedaron engarrotados. Al incorporarme intenté estirarlos y los golpeé con mis puños disimuladamente mientras saludaba a todos los musubus que ya habían comenzado a calentar. No le di la mayor importancia, sólo quería estar preparado para cuando el Maestro ENDO comenzara la clase.
Mientras hablaba con los compañeros, vi al maestro al final del tatami, y como si de un globo se tratara mis sentidos estallaron en mi interior. No lograba entenderlo, no me miró, no se había dirigido a mí y no habíamos comenzado la práctica y creo conocer mi cuerpo como para saber que no era mi sistema nervioso, era algo que invadía todo mi ser y a lo que me enfrentaba por primera vez, o esa era mi impresión.
A los pocos segundos, minutos… no sabría contabilizar que lapso de tiempo transcurrió, mis oídos percibieron el sonido de dos palmadas y observé como los allí presentes se colocaban en seiza. Sin pensarlo, me arrodillé y coloqué mis manos en mis muslos, que parecían troncos de roble, mi rostro desprendía calor, y aunque pensé que nadie lo notaría casi llaman a urgencias al verme Francis y Elena. No entendía nada, mis piernas no respondían, mis pulsaciones subían y mi cara parecía que iba a sufrir una combustión espontánea.
Por mi flanco derecho percibí como alguien se incorporaba y con paso firme, se dirigía hasta el centro del tatami, era el Maestro ENDO. Después del saludo inicial, dio comienzo el curso y con ello la clase, un poco de calentamiento, ejercicios de respiración y de suburi. Aunque todo lo habíamos practicado antes en el dojo, no sé si por lo atrofiadas que tenía las piernas o por las deflagraciones que brotaban de mi cara, pero mí práctica no fue todo lo buena que debería haber sido.
La verdad, me habían comentado que el maestro era muy distendido y jovial en sus explicaciones, pero no lo pude creer hasta que lo vi con mis propios ojos. Fue como nuestro “chen” y los compañeros me habían contado, sus palabras, aunque en japonés, me tenían obnubilado.
La primera hora pasó bastante rápida, aunque los ejercicios de suwari waza iniciales me costaron un poco debido al estado de mis piernas, la práctica fue distendida y fluida. El Maestro caminaba por el tatami observando a los practicantes y además de corregir a los mismos también practicó directamente con ellos.
En la segunda hora de práctica, mis piernas me estaban pasando factura, pasaron de robles a pilares de hormigón, pero las ganas de practicar y el observar la intensidad y energía con la que el Maestro transmitía sus explicaciones, hizo que me olvidara de mis cuádriceps y pusiera mis cinco sentidos en intentar mejorar mi práctica.
Dieron las siete p.m. y concluyó la primera tarde de curso, volvimos a colocarnos en seiza y despedimos la clase. Me encontraba cansado pero al mismo tiempo henchido de satisfacción y a la misma vez como si flotara en un mar de nubes, mis piernas apenas las sentía, pero como dicen por mi tierra “sarna con gusto no pica”.
Mientras me quitaba la hakama, intentaba ordenar en mi mente todo lo vivido. Para otros practicantes podía ser un curso más, pero para mí fue como le dije a Luichi algo muy especial, mi respuesta literal fue “imagínate como puede estar un niño en su primera comunión, pues ahora imagínate que la hace en el vaticano y le da la comunión el Papa”, soltó una carcajada enorme, pero honesta y sincera, me miró y me dijo “pues esto es el principio, ya verás mañana”.
Terminé de doblar mi hakama, me cambié, recogí una pequeña toalla por el XV aniversario del curso y me fui a casa sin poder bajarme de la nube en la que había quedado inmerso. Ya no me acordaba ni del dolor de piernas, excepto por el hecho de tener que conducir y tener que cambiar de marcha, pero con unas ganas enormes de que comenzara el segundo día de curso.
El sábado me levanté algo tocado de las piernas aunque con unas ganas de practicar enormes, seguían como el primer día o incluso diría que más. Mientras tomaba algo de cafeína y unos cuantos hidratos, intentaba hacer que mis cuádriceps volvieran a su estado normal haciendo algunos estiramientos, tenía los músculos petrificados.
Cuando llegué al polideportivo de Armilla volví a tener las mismas palpitaciones y sensaciones del día anterior, por lo que al no ser desconocidas para mí, pude controlarlas algo mejor. Coincidí en el vestuario con David y Mario, comentamos la clase del viernes tarde y nos dirigimos al tatami.
Mientras saludaba al resto de compañeros, continuaba con mi reto personal de doblegar mis cuádriceps e intentar que llegaran lo mejor posible al inicio de la clase. Aunque puse todo mi empeño en ello, golpeándolos y estirándolos con énfasis, fue como si les hubiera hecho cosquillas.
De nuevo, el retumbo de dos palmadas hizo que los allí presentes nos colocáramos en seiza. Silencio profundo en todo el pabellón, cerré los ojos y escuché mis propios latidos como rompían su cadencia habitual subiendo sin previo aviso. Respiré profunda y pausadamente mientras realizamos el saludo inicial y dimos comienzo a la segunda clase. Un poco de calentamiento, respiración y el Maestro ENDO comenzó con sus explicaciones, recordando un poco lo que vimos en el día anterior.
Empezamos con los ejercicios de suburi. Mis sensaciones mejoraron con respecto a la primera tarde de curso y aunque mis piernas no me acompañaban, mis ganas contrarrestaban ese hándicap. Durante la práctica coincidí con aikidokas de otros dojos, una experiencia diferente, pero gratificante.
La primera hora de la mañana fue pasando, entre explicaciones del Maestro Endo y práctica, hasta que llegó mi técnica preferida, Irime Nage. Observar al maestro como ejecutaba la técnica de Katate Dori-Irimi Nage era impresionante, lo fácil que lo hacía con cualquier tipo de uke, ya fuera alto, corpulento,… daba igual, todos parecían simples marionetas en sus manos.
Practiqué junto a Wilfred, dura e intensa experiencia. Pasados unos minutos desde el inicio de la técnica, El Maestro ENDO propuso 5 minutos de descanso a lo que todo el mundo accedió de buena gana. Pero Wilfred se quedó con ganas de más y los dos continuamos practicando durante el descanso en una esquina del tatami.
El Maestro se acercó hasta nosotros sin que me percatara de su presencia, nos miró, sonrió y corrigió mi forma de ejecutar la técnica. Extendió su brazo y me ofreció su mano, la primera técnica que hacía de uke del Maestro. Cogí su muñeca y cuando me quise dar cuenta estaba en el tatami. Me incorporé y volví a cogerlo por la muñeca, me preguntó “¿Ok?”, cuando le contesté ya volvía a estar en el tatami. A continuación practicó con Wilfred, y una vez concluyó se retiró moviendo los brazos y con esa sonrisa tan peculiar en su rostro. La verdad me quedé sin palabras, mis piernas parecían más ligeras, era como si parte de esa energía que me estaba bloqueando hubiera desaparecido.
El Maestro dio por concluidos los 5 minutos de descanso y continuamos con los ejercicios, pero siendo sincero mi cuerpo estaba en el tatami pero mi mente seguía en un bucle, recordando el momento vivido con el Maestro.
Sobre las trece horas despedimos la clase, mientras permanecía en seiza seguía inmerso en el único pensamiento que abordaba mi mente. Recuerdo que comencé a desanudar mi hakama rodeado de practicantes, pero a la vez me sentía solo conmigo mismo, fue algo fantástico el poder “llevarme” aquel momento con el Maestro ENDO. En realidad fueron segundos o incluso un solo minuto en contacto directo con él, pero para mí fue una eternidad, para nada recordaba si había hecho bien o mal la técnica que propuso, solo recordaba el contacto con sus muñecas y la energía que me transmitió.
En las horas de descanso que hubo hasta la sesión de la tarde, seguía pensando en aquella experiencia, y me sentía afortunado de haber podido practicar con el Maestro. Ahora entiendo a Elena cuando acabada la clase del viernes tarde me preguntó “¿has tocado al Maestro?”.
Llegadas las cuatro y media ya me encontraba pasando el control de entrando al pabellón. Saludé a los compañeros allí presentes y me dirigí con rapidez a cambiarme al vestuario. Seguía pensado en lo que me había llevado aquella mañana, sin pensar en lo que aún me esperaba.
Entré al tatami y me centré en poner en orden las fibras musculares de mis muslos. La sensación vivida la primera tarde de curso seguía viva en mi interior, pero ya me era tan familiar que podía disfrutar de ella sin ningún tipo de reparo.
Comenzamos la clase y la práctica, ejercicios de Shomen, Yokomen y Gyaku Yokomen. Intenté serenar mi mente y centrarme en la correcta ejecución de los ataques y tener presente mi centro. Continuó la práctica con otros aikidokas, hasta que llegada la técnica de Shomenuchi-Ikkyo y coincido con Rafa (“falito”). La verdad que su ataque era con ganas y sincero, por lo que más que de centro tiré de brazos, mal por mi parte.
Y llegó el segundo momento del curso, el Maestro ENDO apareció de repente y detuvo nuestra práctica y con energía y algo de enfado repitió el gesto que estaba realizando al hacer Ikkyo. Sólo con ver sus gestos y sus movimientos me percaté que estaba metiendo fuerza y no centro en mi práctica. Señaló a Rafa y éste le lanzó un par de Shomen, y sin nada de fuerza lo lanzó al tatami. Conmigo paso ídem de lo mismo.
El Maestro se alejó de nuestra zona y el compañero Rafa y yo continuamos con la práctica. Estaba contento por haber podido tocar de nuevo al Maestro, pero a la vez me sentía un poco frustrado por haberme dejado llevar por mi fuerza y no por lo que el Maestro llevaba explicando y recordándonos desde el inicio del curso “CENTRO”.
De repente, llegó el momento culmen del curso. El Maestro detuvo la práctica y todos nos colocamos en seiza, formando un círculo alrededor de él para atender a sus explicaciones. La verdad, había varios aikidokas delante mía y entre el centro donde se encontraba el Maestro y donde estaba yo podría haber unos 10 metros de distancia. Todavía no me explico como, pero comenzó a buscar con la mirada y al contactar con la mía sabía que era el elegido. Aquello fue como cuando se rompe una presa o estalla un geiser, todo mi interior se inundó de una gran emoción, alegría y responsabilidad. Me incorporé tan rápido como pude y me coloqué frente a él.
Quería pero no podía atender a las palabras que traducía el sensei Pepe Jesús, mi mente y todos mis sentidos estaban centrados en el Maestro, la sensación fue como si todo el mundo desapareciera a mi alrededor.
Lancé mi primer Shomenuchi con todo mi ser, pero conforme mi brazo iba acercándose al Maestro mi percepción era que perdía velocidad antes de incluso haberme tocado, cuando sus manos tocaron mi brazo solo percibí vacío y como rápidamente era proyectado hacía el tatami a la vez que escuchaba al Maestro decirme en inglés “Soft”. Me incorporé rápidamente y me preparé para lanzar otro golpe, al hacerlo el Maestro detuvo mi brazo como si nada y en vez de proyectarme cogió mi brazo he intentó girarlo pero mediante la fuerza, explicando lo que anteriormente me había corregido.
Volví a lanzar un par de shomenuchis al Maestro y sentí lo mismo que al principio, una retención en la velocidad de mi golpe, un gran vacío al impactar con sus manos y sin más verme proyectado en el tatami.
Una vez terminó, saludé al Maestro y me retiré del centro rápidamente. Concluida la explicación, se dieron 5 minutos de descanso, varios compañeros musbos se acercaron a preguntarme que había sentido, no pude apenas comentarles nada pero creo que mi cara lo decía todo.
Continuamos la práctica con Ryotedori Tenchinage y Ryotedori Ikkyo, Después de practicar con el Maestro me sentí muy confiado en mi práctica y para nada percibía el problema de las piernas, fue una sensación fantástica. Nuevamente practiqué en dos corros con el Maestro, fue el colofón a un día inolvidable.
Dieron las 19 horas la tarde de curso terminó por ese día, todavía quedaba la mañana del Domingo para poder seguir disfrutando. Mientras doblaba mi hakama algunos compañeros me preguntaron que tal la experiencia y la verdad me quede sin palabras, me decanté por asimilarla y revivirla en mi cabeza.
Una vez me cambié, subí las gradas como un niño que acaba de recibir su regalo de cumpleaños. Al llegar a la salida me encontré con nuestro “chen”, me preguntó que tal me había ido y me comentó que le había dicho al Maestro ENDO que en el dojo me decía “Hulk”, no recuerdo en verdad que respondí pero si que lo abracé con toda mi alma, quise agradecerle todo lo que había vivido gracias a él, a los compañeros del dojo y al aikido.
Esa noche no dormí todo lo que hubiera deseado, necesitaba ordenar en mi cabeza la tarde que había vivido y experimentado y la “borrachera” de aikido recibida.
La mañana de domingo llegó, y con ella el curso tocaba a su fin, por lo menos para mí, ya que el curso continuaba dos días más para los Yudansha.
Llegué al pabellón algo cansado pero con las pilas cargadas para aprovechar aquella última mañana de curso. La clase se me pasó en un abrir y cerrar de ojos, no se si por lo a gusto que me encontré durante la práctica con los compañeros, que también influyó, o por la nube en la que seguía sumergido después de la experiencia vivida en la tarde del sábado.
Sobre la una de la tarde finalizamos la práctica, nos colocamos en seiza y el Maestro ENDO se colocó delante del Kamiza para hacer la entrega de diplomas a los diferentes grados Yudansha. Concluida la ceremonia de entrega de diplomas, despedimos la clase y con ello finalizó el curso para mí. Felicité a todos los compañeros del dojo que habían sido diplomados y nos hicimos unas fotografías para el recuerdo.
Me despedí de los compañeros y abandoné aquel pabellón donde había experimentado uno de los sucesos más asombrosas de mi vida, algo que no esperaba ni por asomo, y no me refiero sólo a la práctica sino a la experiencia mística.
Por eso he dedicado unos instantes a reflexionar y plasmar un pequeño resumen de todo lo vivido, algo que me ha quedado grabado en lo más profundo de mí ser.
Agradecer a nuestro Maestro Luis el haberme dado la oportunidad de haber podido vivir esta gran experiencia, primero por aceptarme como alumno, por transmitir y hacernos sentir el Arte del Aikido como lo hace cada día en sus clases y por ser un Gran Maestro y mejor persona. Además de a todos los que formáis la familia “musubi” y que gracias a vuestra práctica y paciencia con éste que suscribe he podido adquirir los conocimientos mínimos para poder disfrutar de este curso. Y por supuesto al gran Maestro Endo Seishiro, por visitar nuestra tierra y obsequiarnos con su sabiduría.
Autor: Jose Jiménez