UN COMPAÑERO INFATIGABLE
El Budo entendido
como conjunto de elementos que nos forman como guerreros para el combate o para
la vida nos permite entender en su más amplio significado la práctica del
Aikido, más allá de pensar que es una actividad física, que nos ayuda a
mantener una buena condición física, a la vez que nos aporta herramientas para
defendernos de futuras agresiones.
En la práctica del
Aikido nos encontramos que no solo realizamos una serie de movimientos que nos
van a permitir protegernos de una agresión externa, va mucho más allá, pues la
mayor agresión de la que nos debemos proteger es de la interna, de la que los
diferentes aspectos de nuestra personalidad llevan a cabo, pues estos son los
aspectos que no nos permiten expresar plenamente nuestro verdadero Ser en lo
que hacemos, son ellos los que impiden que el Universo se exprese a través
nuestra, y a través de nuestras acciones.
Es cierto que para
el principiante es difícil concebir esto, y lo es porque cuando comenzamos este
camino nos encontramos con que son los aspectos físicos a los que les prestamos atención en primer
lugar. Es en el desarrollo técnico donde fijamos nuestra
atención y al hacerlo nuestro Ser se ve relegado a observar nuestra evolución,
interviene momentáneamente para auxiliar a esa parte nuestra que piensa que lo dirige
todo, y precisamente son esos pequeños momentos en los cuales realmente
practicamos conectados con nosotros mismos. En el momento que necesitamos prestar
atención a elementos materiales de la práctica, como son las técnicas, nuestra
práctica se convierte en material, estamos fuera de nosotros mismos y actuamos
sin escuchar nuestro corazón, pues nuestra razón gobierna nuestras acciones.
Poco a poco, vamos
descubriendo que podemos quitar la atención de esa parte material, descubrimos
que las técnicas comienzan a fluir por sí mismas, no necesitamos construirlas
mentalmente en una fase previa al movimiento, para que surjan de un modo espontáneo.
Es entonces cuando, y como hemos escuchado muchas veces, la memoria motríz de
nuestro cuerpo comienza a entrar en acción. A partir de este punto podemos
seguir varios caminos, uno de ellos será automatizar los movimientos y realizar
cada gesto una y otra vez exactamente como el anterior, sin importar los
cambios que se produzcan en nuestro entorno, sin importar el tipo de agresión
que suframos, convirtiéndonos de este modo en meros repetidores de técnica sin
llegar a profundizar más en ello.
Otro camino puede
ser el tomar conciencia de esto y no dejarse llevar por ello, una vez que hemos
aprendido los elementos básicos de la técnica, se puede empezar a observar qué
ocurre, y matizo observar, no intervenir. Actuar como un observador que se
mantiene sereno y atento a tomar conciencia de todo aquello que acontece. En el
momento que lo percibimos es cuando podemos descubrir que todo comienza a
cambiar, es cuando comenzamos a dedicarle más espacio a nuestro corazón y menos
relevancia a nuestra razón.
En este camino
vamos a poder deleitarnos con nuestras virtudes, vamos a poder redescubrirnos y
encontrar en nuestro interior todos aquellos elementos que ya no necesitamos
para continuar con nuestro camino. Estos elementos forjados a lo largo de toda
nuestra experiencia vital, nos fueron muy útiles cuando aparecieron, pero ha
llegado el momento en el que estos se han convertido en obstáculos, ya no nos
protegen, ya no nos ayudan, ahora nos impiden seguir creciendo, y llega el
momento de desprenderse, de permitir que partan, pero para ello solo podemos
observarlos, descubrir que hay una serie de emociones que se activan en
nosotros cuando actuamos, en diferentes situaciones de la práctica y posiblemente
de nuestra vida. En ese proceso de observación, que no es más que una toma de
conciencia de aquello en lo que nos hemos convertido, descubrimos de nuevo que
el cambio es posible, que en nuestras manos está que todo cambie, y podemos
conseguir que todo vuelva a su origen.
A menudo, utilizo
la analogía del vestuario, todos los patrones mentales que hemos creado a lo
largo de nuestra vida son como prendas de ropa que hemos necesitado en los diferentes
momentos que la vida nos ha ofrecido, pero eso no implica que debamos llevarlas
puestas todo el tiempo. Cuando ha hecho frío nos hemos puesto abrigo, cuando ha
hecho calor, prendas de ropa ligera, pero en ningún caso nos hemos puesto una
prenda sin quitarnos y guardar la anterior. Esto es lo que nos ocurre con los
patrones mentales que obstaculizan nuestro avance, llevamos tanto vestuario
colocado que nos impide avanzar, no deja que las diferentes partes de nuestro
cuerpo, en el caso de los patrones mentales, de nuestro ser, se expresen
libremente. Pero hasta que no miremos hacia nosotros mismos y nos demos cuenta
de que las llevamos puestas no puede nacer en nosotros la acción de
quitárnoslas, estamos tan acostumbrados a llevarlas puestas que creemos son
parte de nosotros mismos.
A nadie se le
ocurriría ir sin ropa en pleno mes de Enero, del mismo modo que a nadie se le
ocurre ir en el mes de Agosto con varias prendas de abrigo, no al menos en el
hemisferio Norte de nuestro Planeta. Entonces, ¿cuál es la razón por la que nos
empeñamos en llevar con nosotros todo el tiempo esos patrones mentales que nos
impiden expresarnos? ¿tanto miedo tenemos a pasar frío en Agosto?, está claro
que este sería el factor determinante, el miedo y por supuesto la falta de
amor, a los demás y sobre todo a nosotros mismos la que nos lleva a no tener la
valentía de desprendernos de ellos.
El miedo, es el
miedo el que hace que no podamos expresarnos libremente en cada acto que
llevamos a cabo o en cada movimiento que no realizamos. El miedo nos paraliza,
nos cohíbe, genera tensión corporal, este miedo produce que nuestros
pensamientos solo puedan aparecer si se han automatizado, pero no fluyen a
través nuestra, la comunicación se interrumpe, pues cuando nos comunicamos se debería
producir un flujo de información, que no es nuestra, sino que nos ha sido
legada, y recibimos aquella que necesitamos a cada momento, pero si el miedo
nos invade, este flujo se paraliza y solo podemos rescatar aquello que ya hemos
preestablecido, aquello que lleva años construido, y que por tanto no nos
pertenece, solo lo utiliza nuestro miedo para protegerse, para fortalecerse
dentro de nosotros.
Es este el verdadero
enemigo al que cuando hemos decidido practicar un arte marcial hemos comenzado
a derrotar, el enemigo que nos perseguirá toda la vida si no lo miramos cara a
cara, si no decidimos que no le tememos, si no lo afrontamos y poseemos la
humildad, sencillez y valentía de reconocer que lo poseemos, que un día nació
en nosotros y que allí se quedó acompañándonos desde ese momento, en cada acto,
en cada acción, en cada decisión que hemos tomado, y que por ello cuando
decidamos deshacernos de él no resultará fácil, pues lleva acompañándonos tanto
tiempo que creemos que somos ese miedo, que no existe otra vida que no sea con
él.
En cada uno de
nosotros se expresa de un modo diferente, y esta es la razón por la cual nadie
puede andar el camino por otra persona, solo podemos compartir nuestras
experiencias para que enriquezcan a otros, y de ese modo puedan encontrar el
camino para ir quitándose ese vestuario que los obstaculiza, sin afán de
hacerlo, sin necesidad de realizarlo, solo actuando desde donde nuestro corazón
nos dicta, y observando, tomando conciencia de lo que ocurre en cada momento,
no pensando en aquello que ocurrió o en lo que ocurrirá, sino embriagándonos de
cada instante, pues será único, y que el Universo ha decidido regalarnos para
seguir creciendo y evolucionando.