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Menos Filosofía y más Virtud. ¿¿Filosofía Oriental u Occidental??


Aunque el cuerpo entero de espartanos y tespios demostró un extraordinario valor, sin duda el más bravo de todos ellos fue el espartano Dienekes. Se dice que, en la víspera de la batalla, un tracio le contó que los arqueros persas eran tan numerosos que cuando lanzaban sus andanadas la masa de las flechas ocultaba el sol. Dienekes, sin embargo, en modo alguno intimidado ante la perspectiva, comentó con una carcajada: «Bien. Así podremos luchar a la sombra».

HERODOTO, Historia

Toda mi vida —empezó a decir Dienekes— me ha acosado una pregunta: ¿qué es lo opuesto al miedo?.  Llamarlo aphobia, sin miedo, carece de significado. No es más que un nombre, tesis expresada como antítesis. Llamar al opuesto del miedo sin miedo es no decir nada. Yo quiero conocer su verdadero re­verso, como el día lo es de la noche y el cielo de la tierra.

—Expresado como positivo —aventuró Aristón.

—¡Exactamente! —Dienekes miró al joven a los ojos en señal de aprobación. Se interrumpió para examinar la expresión de ambos jóve­nes. ¿Escuchaban? ¿Les importaba? ¿Eran, como él, auténticos estu­diantes de ese tema?

—¿Cómo conquista uno el miedo a la muerte, el más primordial de los terrores, que reside en nuestras células, como en toda la vida, en las bestias y en el hombre? —Señaló hacia los perros—. Los perros en manada encuentran valor para atacar a un león. Cada perro conoce su lugar. Teme al perro que es superior a él y aparta el miedo al que es inferior. El miedo conquista al miedo. Así es como lo hacemos los espartanos, contrapesando el miedo a la muerte con un miedo mayor: el del deshonor. De la exclusión de la manada.

Suicidio aprovechó este momento para arrojar las sobras a los perros. Éstos se lanzaron con furia a la comida y el más fuerte cogió la parte del león.

Dienekes sonrió sombríamente.

—Pero ¿esto es valor? ¿No es actuar por miedo al deshonor, en esencia, actuar por miedo?

Aléxandros preguntó adónde quería ir a parar.

—A algo más noble. Una forma superior del misterio. Pura. Infa­lible.

Declaró que en todas las demás cuestiones, se puede buscar la sa­biduría de los dioses.

—Pero no en asuntos de valentía. ¿Qué tienen que enseñarnos los inmortales? Ellos no pueden morir. Sus espíritus no están alojados, como los nuestros, en esto. —Se señaló el cuerpo, la carne—. La fábri­ca del miedo.

Dienekes volvió a mirar a Suicidio y luego de nuevo a Aléxandros, a Aristón y a mí.

—Vosotros los jóvenes imagináis que los veteranos, con nuestra larga experiencia de la guerra, hemos dominado el miedo. Pero lo sen­timos con tanta fuerza como vosotros. Más, porque tenemos más ex­periencia íntima de él. El miedo vive dentro de nosotros veinticuatro horas al día, en nuestros nervios y nuestros huesos. ¿Digo la verdad, amigo mío?

“Remendamos nuestro valor allí donde estamos, con retales y harapos. La mayor parte la sacamos de lo que es la base. El miedo a deshonrar la ciudad, al rey, a los héroes de nuestro linaje. El miedo a demostrar que no valemos nada ante nuestras esposas e hijos, nues­tros hermanos, nuestros compañeros de armas. Por mi parte, conozco todos los trucos de la respiración y la canción, los pilares del tetrathesis. Las enseñanzas de la phobologia. Sé cómo pelear con un hombre, cómo convencerme de que su terror es mayor que el mío. Quizá lo es. Tengo cuidado de los soldados que sirven a mi mando y procuro olvidar mi propio miedo en bien de su supervivencia. Pero siempre está ahí. Lo más que he llegado a acercarme es cuando actúo pese al terror. Pero tam­poco es eso. No es éste el tipo de valor del que hablo. Tampoco es una furia bestial o el pánico que despierta nuestro instinto de supervivencia. Esto es katalepsis, «posesión». Una rata la tiene igual que un hombre.”

Observó que a menudo los que tratan de vencer el miedo a la muerte predican que el alma no expira con el cuerpo.

—Para mí eso es fastuosidad. Espejismos. Otros, sobre todo bárba­ros, dicen que cuando morimos pasamos al paraíso. Yo les pregunto: «Si de verdad lo creéis, ¿por qué no hacéis algo para acelerar vuestro pro­pio viaje?»

»Aquiles, cuenta Homero, poseía verdadera andreia. Pero ¿era así?. ¿Vástago de una madre inmortal, sumergido cuando era un niño en las aguas de la laguna Estigia, consciente de que, salvo por su talón, era invulnerable? Los cobardes serían más escasos que los peces con plumas si todos lo supiéramos.

( parte del entrenamiento de los espartanos iba dirigido a la pérdida del miedo, o más bien al control de los efectos que producía el miedo, se buscaba la esoterike harmonía, el estado de serenidad que los ejercicios de phobologia tienen que producir. Como una cuerda de cítara que vibra con pureza y emi­te sólo la nota de la escala musical que le corresponde, así el guerrero individual debe despojarse de todo lo que es superfluo en su espíritu hasta que él mismo vibra en esa sola nota que su daimon individual le dicta. La búsqueda de este ideal, en Lacedemonia, prosigue en el cam­po de batalla, más allá del miedo; se considera la suprema encarna­ción de la virtud, andreia, de un ciudadano y hombre.)

Aléxandros preguntó si alguien en la ciudad, en opinión de Dienekes, poseía esa auténtica andreia.

—De todos los lacedemonios, nuestro amigo Polínices es el que se acerca más. Pero incluso su valor me parece insatisfactorio. Él no pe­lea por miedo al deshonor, sino por ambición de gloria. Esto quizá sea noble, o al menos nada ruin, pero ¿es auténtica andreia?

Aristón preguntó si ese gran valor en realidad existía.

—No es ningún fantasma —declaró Dienekes con convicción—. Yo lo he visto. Mi hermano Iatrocles lo poseía en algunos momentos. Cuan­do hacía gala de él, yo lo miraba sobrecogido. Irradiaba, era sublime. En aquellas horas no peleaba como un hombre sino como un dios. Leónidas en ocasiones lo posee. Olimpios no. Yo tampoco. Ninguno de los que estamos aquí lo poseemos. —Sonrió—. ¿Sabéis quién posee esa forma pura de valor más que nadie a quien yo haya conocido?

Nadie en torno a la fogata respondió.

—Mi esposa —dijo Dienekes. Se volvió a Aléxandros—. Y tu madre, Paraleia. —Volvió a sonreír—. Eso nos da una pista. Sospecho que la clave de ese valor superior radica en ser mujer. Las palabras mismas que describen el valor, andreia y aphobia, son femeninas. Quizá el dios que buscamos no es un dios sino una diosa. No lo sé.

Se veía que hablar de esto le hacía bien a Dienekes. Dio las gra­cias a sus oyentes por permanecer tan callados.

—Los espartanos no tienen paciencia para estas preguntas. Re­cuerdo que una vez le pregunté a mi hermano, en una campaña, un día en que él había peleado como un inmortal. Yo estaba loco por saber qué había sentido en aquellos momentos, cuál era la esencia de lo que había experimentado. Él me miró como si me hubiera vuelto loco. «Menos filosofía, Dienekes, y más virtud.»

Se rió.

—¡Y nada más!

¿¿¿ Miedo ???

Por mi parte solo puedo decir que el texto de Puertas de Fuego (pincha para leer el texto) nos sirve de reflexión sobre la importancia del miedo en todo lo que hacemos, Teresa de Calcuta consideraba, y que yo comparto, que el mayor obstáculo es el MIEDO. Miedo a fracasar, miedo a lo desconocido, miedo a lo conocido, miedo a perder algo, a alguien, en alguna cosa que nos propongamos, y tantos otros. Y según la psicología cognitiva, o conductual, no me acuerdo bien, todos nos movemos, en la búsqueda de la superación personal a través de dos impulsos:



1. Miedo al fracaso o 

2. Afán de logro, como podemos encontrar también en este pasaje del libro.



A mi modo de ver nuestra educación, a través de nuestros padres y resto de familiares, nuestro entorno, nuestro centro educativo, nuestros amigos y amigas, y demás factores que influyen en ella, van consiguiendo que llenemos la mochila del miedo que llevamos a cuestas para el resto de nuestra vida,  si no hacemos nada para vaciarla. Esta carga nos pesa, no nos deja avanzar con la fluidez que lo haríamos si no la tuviésemos, pero no podemos descargarla de una vez, debemos de ir sacando piedra a piedra, e incluso algunas piedras deberemos fragmentarlas para que salgan poco a poco.



Por suerte para todos la vida nos da las herramientas necesarias para hacerlo, lo que ocurre que a veces no queremos utilizarlas, muchas de ellas por MIEDO, un miedo a perder ese peso y que no sepamos andar sin él. Otras veces no sabemos utilizarlas, y necesitamos ayuda para conseguirlo, esta ayuda se expresa de diversas maneras, en mi caso me ha llegado, entre otras, a través de la práctica de un arte marcial, EL AIKIDO. El Aikido puede conseguir que tomemos conciencia de esos miedos, de esas piedras, de ese lastre que llevamos a cuestas, y puede conseguir que tomemos la determinación de que queremos perderlo, y puede conseguir dar las herramientas para extraer estas piedras de la mochila, y podemos a través de una práctica continuada, rigurosa y respetuosa descubrir como usar esas herramientas.



Como encontramos en el diálogo de Dienekes, el más básico de los miedos, que se encuentra impreso en nuestras células es el Miedo a perder la Vida, apareciendo el instinto de supervivencia, pero como él indica, cuando luchamos por nuestra vida no estamos en una situación donde desaparezca el miedo, sino que es una situación donde el Miedo se exterioriza y nos hace actuar, pero lo hace como indica el autor en un estado de katalepsia, de “posesión”, no de LIBERTAD, de liberación del mismo.



A lo largo de mi vida el único instinto que genera esa pérdida de este miedo, que me atrevería a decir que es el único miedo justificado, es cuando un Padre o una Madre sienten que peligra la vida de un hijo e incluso alguien hacia un ser querido, y se despojan del mismo para salvar la vida de otro, y aquí encuentro yo la clave, pues el opuesto del Miedo, podríamos encontrarlo en el AMOR, pero este sería un AMOR INCONDICIONAL, y se puede deducir que si este tipo de Amor es capaz de suprimir este miedo, debería de poder suprimir cualquier tipo de miedo, por lo cual la búsqueda quizá deberíamos llevarla en este sentido, para que tanto en nuestra vida como en nuestra práctica de Aikido podamos sacar cada vez más piedrecitas de la mochila y avanzar más ligeros. Quizá sería interesante intentarlo como indicaba Iatrocles, hermano de Dienekes a través de “Menos filosofía y más virtud”. Nada más.



Tras estas palabras quiero agradecer a Gilles, por haberme colocado en este camino y por haberme descubierto un modo de extraer piedras, a Rafael Tejero por continuar con el testigo dejado por el mismo, a Luis Mochón por ser el actual portador del testigo, a Mario Vega, por ser el inspirador de estas conclusiones, y a todos aquellos compañeros y compañeras tanto del Aikido como de fuera que han soportado y ayudado a que hoy posea menos piedras que en el pasado, y colaboran a que sigan desapareciendo.