Existen momentos en la práctica del Aikido, al igual que en el resto de procesos de aprendizaje, y sobre todo de aprendizaje motor, en los cuales uno se lo cuestiona todo, en los que todo lo cuestiona a uno y son esos momentos los que marcan la diferencia en la evolución del mismo.
Es habitual encontrarse ante la tesitura de que si lo que uno sabe es suficiente, en el dilema de que si el modo de aprendizaje, la atención selectiva que prestamos a ciertos elementos de la práctica o incluso si el método de enseñanza que seguimos son los adecuados en nuestra evolución. Y yo digo que pamplinas, que todo ello son precisamente los miedos que no nos dejan seguir evolucionando, esos miedos que en cada uno de nosotros se expresan de un modo diferente, pero que a fin de cuentas en todos aparecen con mayor o menor intensidad. Y por favor si a alguien no le ocurrió que me lo diga, me gustaría conocerlo y compartir con él o ella mi experiencia y sobre todo que el comparta la suya conmigo. Pero desde el corazón, ¿cómo deberíamos entregarnos todos a la práctica de algo que disfrutamos, de algo que nos permite evolucionar, de algo que nos engrandece?, por supuesto, nada más que afrontarlo desde el corazón, ese corazón al que se refiere el término “kokoro” en japonés.
Es en realidad la práctica la que nos resolverá todas estas dudas, sobre todo porque en la práctica encontraremos las respuestas a estas cuestiones, y estas cuestiones se resolverán con la práctica, buscando en cada momento el estado de mushin o “no mente”, ese estado mental en que todo esto no tiene cabida, solo estamos nosotros con nosotros mismos, solo está tori y uke, no se necesita más para la práctica del Aiki-do. Por desgracia nuestra mente, o mejor dicho nuestra mente-ego no nos permite librarnos fácilmente de ello y es por eso que el trabajo de este estado mental se convierte en el primer paso para nuestro crecimiento y evolución en la práctica. El primer paso para que todas estas dudas desaparezcan y nos entreguemos en cuerpo y alma a aquello que estamos realizando, sin prejuicios, sin miedos, sin aspiraciones u objetivos prefijados. Practicar en la libertad de la escucha, practicar en la escucha de la libertad. Practicar, practicar y practicar un poco más, y llenarse de la práctica, inundarse de las sensaciones que en ella encontramos, expandirnos un poco para conseguir expandirnos ilimitadamente, comprimirnos todo para conseguir comprimirnos tan solo un poquito.