Cayó la noche…, cuando todos los demás dormían profundamente Takuan dejó el libro que estaba leyendo, se puso los zuecos y salió al patio.
- ¡Takezo!- gritó.
Muy por encima de su cabeza se agitó una rama y cayeron algunas brillantes gotas de rocío.
- ¿Qué quieres monje bastardo?- contestó fieramente el prisionero.
- Desde luego aúllas con brío para ser un hombre a las puertas de la muerte….,
- Déjate de cháchara, Takuan. Córtame la cabeza y acabemos de una vez.
- ¡Oh no!, ¡no tengas tanta prisa! Uno ha de andarse con cuidado en asuntos tan arriesgados…
- ¡Muy bien, mírame sucio perro callejero!, ¡ Te demostraré lo que soy capaz de hacer si me lo propongo!
Entonces haciendo acopio de fuerzas Takezo empezó a moverse violentamente, lanzando su peso arriba y abajo hasta casi romper la rama a la que estaba atado. Fragmentos de hojas y cortezas llovieron sobre el monje, el cual permanecía imperturbable aunque quizá con una impasibilidad un tanto afectada.
Calmosamente, el monje se sacudió los hombros y, una vez limpio de aquella broza alzó de nuevo la vista.
- ¡Así me gusta, Takezo! Es bueno enfadarse tanto como tú lo estás ahora. ¡Adelante! ¡Experimenta tu fuerza al máximo, muestra que eres un hombre de verdad, enséñanos de qué madera estás hecho! Hoy en día la gente considera una señal de sabiduría y carácter la capacidad de controlar su ira, pero yo digo que son unos necios. Detesto ver a los jóvenes tan comedidos, tan formales. Tienen más temple que sus mayores y deberían demostrarlo. ¡No te reprimas, Takezo! ¡Cuánto más te enfurezcas tanto mejor!
- ¡Espera Takuan!, ¡espera!¡ Si he de romper esta cuerda con los dientes, lo haré sólo para ponerte las manos encima y descuartizarte!.
- ¿Eso es una promesa o una amenaza? Si crees de veras que puedes hacerlo me quedaré aquí esperando. ¿Estás seguro de que podrás seguir así sin matarme andes de que se rompa la cuerda?
- ¡Cállate!- gritó Takezo con la voz enronquecida.
- ¡Vaya Takezo eres fuerte de veras! El árbol entero se balancea. Pero siento decirte que no noto temblar la tierra. ¿Sabes? Tu problema es que, en realidad, eres débil. Tu cólera no es más que rencor personal. La cólera de un hombre de verdad es una expresión de indignación moral. La ira por motivos emocionales no es propia de los hombres.
- Ya falta poco- le amenazó-. ¡Iré directamente a tu garganta!
Takezo siguió esforzándose, pero la gruesa cuerda no mostraba señal alguna de debilitarse. Takuan le miró durante un rato y luego le ofreció un consejo amistoso.
- ¿Por qué no te tranquilizas, Takezo? Así no llegarás a ninguna parte. Sólo lograrás extenuarte, ¿y de qué va a servirte eso? Por mucho que te muevas y contorsiones, no lograrás romper una sola rama de este árbol y mucho menos hacer mella en el universo.
Takezo emitió un fuerte gemido. Su berrinche había terminado. Se daba cuenta de que le monje tenía razón.
- Me atrevería a decir que toda esa fuerza estaría mejor encauzada si trabajaras por el bien del país. Deberías tratar de hacer algo por los demás, Takezo, aunque ahora sea un poco tarde para empezar. Si lo hubieras intentado, habrías tenido ocasión de impresionar a los dioses o incluso al universo, por no mencionar a la gente normal y corriente. ¡Es una lástima, una gran lástima! Aunque naciste humano, eres más bien un animal, no mucho mejor que un jabalí o un lobo…
- ¿Y tú te consideras humano?- le espetó Takezo.
- Escucha bárbaro, desde el principio has confiado demasiado en la fuerza bruta, creyendo que no tienes rival en el mundo. ¡Pero mira dónde estás ahora!
- No tengo nada de qué avergonzarme, no ha sido una pelea limpia.
- A la larga, no hay ninguna diferencia. Te vencí con mi ingenio y mi capacidad persuasiva, en vez de hacerlo con los puños. Una vez te han derrotado, derrotado estás. Tanto si te gusta como si no, estoy sentado en esta roca mientras tú cuelgas ahí arriba, impotente. ¿es que no puedes ver la diferencia entre tú y yo?
- Si peleas sucio eres un embustero y un cobarde.
- Hubiera estado loco si hubiera intentado prenderte a la fuerza. Físicamente eres demasiado fuerte. Un ser humano no tiene muchas posibilidades si pelea con un tigre. Por suerte no suele tener que hacerlo, ya que es más inteligente. Pocas personas discutirían el hecho de que los tigres son inferiores a los seres humanos. Lo mismo sucede con eso que consideras tu valor. Tu comportamiento hasta ahora no demuestra que sea algo más que valor animal, de ése que carece de respeto por los valores y la vida humanos. No es la clase de valor propio de un samurái. El verdadero valor conoce el miedo. Las personas honestas valoran la vida apasionadamente, se aferran a ella como si fuese una joya preciosa, y eligen el momento y el lugar apropiados para entregarla, para morir con dignidad. A eso me refería cuando he dicho que es una lástima lo que ocurre contigo. Naciste con fuerza y valor físico, pero te falta conocimiento y sabiduría. Si bien lograste dominar algunos de los aspectos más desafortunados del camino del samurái, no hiciste el menor esfuerzo por adquirir sabiduría y virtud. La gente habla de combinar el camino del aprendizaje con el camino del samurái, pero cuando están adecuadamente combinados no son dos sino uno solo. Hay un único camino, Takezo…
METÁFORA DE LA ESCUCHA
Reflexionando sobre lo que últimamente he empezado a captar del Aikido, y a través de las enseñanzas de los maestros a los que tengo la suerte de disfrutar, como son Luis, Matti, Ariga o por supuesto y no menos importante Endo sensei, he empezado a llegar a una conclusión que me gustaría compartir.
Todos estos maestros, aunque también otros, comparten la idea de que el Aikido es ESCUCHAR. Sí, escuchar a través del contacto con el otro, a través del punto de conexión con el otro, y sobre todo escuchar a alguien que nos está transmitiendo algo, en este caso a través de una comunicación corporal, no oral.
Estamos acostumbrados a escuchar con los oídos, y quizá utilizar la metáfora de cómo escuchamos con los oídos me ha servido para entender un poco más la práctica del Aikido. Digo esto pues cuando entablamos una conversación con otra persona nada está predefinido, ninguno de los dos sabe que va a decir, cuando o como, todo va apareciendo en función de las palabras y las reacciones de uno y otro. Por tanto podemos decir que se mantiene LIBERTAD en este proceso de comunicación.
En el momento que se pierde esta Libertad no mantenemos una conversación, sino que damos un discurso, esperando que al otro le interese lo que comunicamos, independientemente de que el opine de un modo u otro, le guste más o menos lo que decimos, independientemente de que quiera o no quiera intervenir en el proceso.
En la práctica de Aikido esta es la tendencia que yo intento seguir (la Libertad), la búsqueda de utilizar el vocabulario que me han enseñado (técnicas, ki-musubi, kimochi, centro,…), para comunicarme con la otra persona y deseando llegar al momento en el que no tenga que pensar en ellas para utilizarlas, al igual que lo hago al hablar con alguien, pues creo que este es el camino para encontrar la LIBERTAD en mi práctica, y sobre todo en mi vida.
Pero en un proceso de comunicación, ya se sabe, se necesita un emisor y un receptor, por lo que una persona que tiene un vocabulario muy amplio, y un profundo conocimiento de la comunicación (cinética, kinesia, proxémica, paralenguaje, conducta táctil…), no siempre es un gran comunicador pues necesitamos llevar todo ello a la interpretación de la reacción del receptor, de la persona que está al otro lado del canal de comunicación. En el momento que no lo tenemos en cuenta aparece una persona a la que le gusta dar charlas, no charlar, aparece un pedante que intenta demostrar cuanto sabe, no un maestro que intenta mostrar lo que contiene para que sirva de guía a quien lo quiere aprender.
Y que me perdonen las personas a las que les gusta dar charlas, pues no es mi intención cuestionar sus métodos. Con lo dicho solo pretendo compartir una manera de llevar a cabo la práctica diaria, bien sea con un alumno/a, bien sea con un compañero/a, pues todos somos a la vez aprendices y maestros, bien intencionadamente o de forma involuntaria.
Dicho esto continuo con mi metáfora, pues en la práctica diaria buscamos comunicación, no transmisión unilateral de información, buscamos escuchar, no hablar sin que al otro no le interese lo que estamos diciendo, sino hablar de algo que nos interesa a dos, comunicarnos, y hacerlo de una manera libre.
Aunque claro, esta libertad es más difícil de conseguir que la que conseguimos en las conversaciones, pues en la práctica nuestro “ego” y sus miedos nos impiden conseguirla. Miedo a que se descubra que no somos tan buenos como se piensan, miedo a equivocarnos y que nos tengan que corregir, miedo a estar haciendo algo mal, miedo a la ineficacia de nuestra práctica(que no sería por supuesto a la eficacia del Aikido, ¿o tal vez si?), miedo, miedo, miedo…, miedo a esto o a aquello. Vemos que en las conversaciones nos ocurre igual, aunque estamos tan acostumbrados a hacerlo que ya no le prestamos atención, o ¿a nadie se le viene a la cabeza que cuando habla con alguien a quien conocemos poco nos aparecen los mismos miedos?. Cuando en realidad si alguien mantiene una conversación con nosotros o por otro lado está practicando con nosotros, partimos de la base que le interesa (o lo normal es que le interese) aquello que decimos, como lo decimos,…, y si nos equivocamos, a ambos nos servirá para aprender algo nuevo.
Puede que al hacernos conscientes de ello, consigamos “liberarnos” un poco más.
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