Hace ya, y a la vez hace solo seis años que comencé la práctica de esta disciplina marcial, y no ha pasado un solo día que me alegre de haber elegido la misma, pues la elegí por una serie de valores y principios que encontraba en ella que se compartían con los que yo deseaba poseer en mí vida.
Pero poco a poco fui descubriendo que en realidad con lo que yo había sintonizado con esta práctica marcial solo era la punta del iceberg dentro de las posibilidades que poseía la misma dentro de mi evolución como persona.
Al comienzo la mayor relevancia la adquiría el apartado del físico, encontré una actividad física que me permitía mejorar mi condición física, adquirir un mejor conocimiento y control de mi cuerpo, así como desarrollar plenamente sus capacidades, consiguiendo de este modo fulminar el miedo adquirido a lo largo de los años de encontrarme en un estado de debilidad, tanto física como anímica, y para colmo me lo proporcionaba una actividad que a la vez me hacía disfrutar plenamente de cada uno de sus momentos, sin necesidad de sufrir con el aprendizaje ni de monotonía, de aburrimiento, de un cansancio extenuante, u otras formas de sufrimiento, compartiendo con mis compañeros de práctica mi evolución y mi aprendizaje.
Una vez adquirido un nivel mínimo de conocimiento físico es cuando se produjo un cambio en mí, esta vez ya no era suficiente con la mejora de mi condición física, o con la adquisición de más conocimientos técnicos y sus aplicaciones para mi vida real. Fue en este momento cuando mi salto en la práctica me llevó a preguntarme sobre mi estado mental, mi afrontamiento del conflicto como lo enfocaba, que ocurría en mí cuando no conseguía superar los obstáculos de mi proceso de aprendizaje. Aquí se produjo un momento de inflexión donde yo debía decidir si continuar aumentando mis conocimientos o decidir si utilizar los que poseía para cambiar algo más dentro de mí, para dar un paso más y cambiar como utilizarlos.
Comencé una observación minuciosa de qué iba ocurriendo en mí, pude observar como ante determinadas situaciones los procesos mentales que se generaban en mí y las reacciones que asumía ante las mismas eran similares y comencé a indagar como cambiar las mismas, inicié un proceso de búsqueda de cómo cambiarlas, de que las originaba, de donde nacían y si en mi vida diaria o pasada se habían producido o se estaban reproduciendo de manera similar.
Y para mi sorpresa me di cuenta de que no era suficiente con centrarme en mis procesos mentales para dar ese paso, se hacía necesario llegar más allá, profundizar un poco más en mi ser y averiguar que generaba los procesos mentales que, o bien facilitaban mi progreso o bien lo ralentizaban. En este proceso de introspección, es donde descubrí el efecto de las emociones que generaba en la práctica, me di cuenta que no solo los procesos mentales estaban relacionados con mi evolución, sino que estos estaban directamente asociados a las emociones que hacían que apareciesen unos u otros.
Las emociones entraban en un juego a tres, físico, mental y emocional se unificaban para avanzar juntos en un camino en el que me encuentro inmerso y que cada día de práctica me descubre algo nuevo. Es fascinante como al tomar conciencia de estos tres elementos la práctica se enriquece hasta límites insospechados, es emocionante como una sola técnica de Aikido puede proporcionar multitud de elementos a trabajar con uno mismo, y precisamente el hecho que un gran maestro como es Endo Sensei nos plantee en su XV Seminario en Granada que lo más importante en la práctica es observar en que estado interno nos encontramos cuando estamos practicando, confirma mi proceso de evolución y me reafirma en la multitud de Bondades que posee el Aikido.
Por supuesto, son multitud las emociones que podemos generar, según los estudios realizados de las mismas, las más básicas y que poseen relevancia con nuestra práctica serían; alegría-tristeza, miedo-seguridad, ira o rabia-serenidad, sorpresa. Todas ellas en origen tenían la función de permitir nuestra supervivencia en el planeta, nos permitían sobrevivir en un entorno donde eran necesarias, pues una serie de elementos externos (depredadores, miembros de otras tribus…) influían en dicha supervivencia.
Sin embargo los elementos que actualmente las generan son internos, el miedo a dejar de existir como entes individuales, o mejor dicho el supuesto miedo, nos lleva a activar emociones que lo que consiguen es el efecto contrario, un efecto nocivo para nuestro progreso como especie, donde entender el individualismo como premisa nos aísla de los demás, y no permite que avancemos, pues nos encontramos en un galeón navegando solos, en lugar de navegar con otros, y provocamos que poco a poco los demás vayan saltando por la borda y viajando en otro barco juntos, pero separados de nosotros.
Este barco nos pretende llevar al mismo lugar a todos, este lugar es la Felicidad, pero no somos conscientes de que en realidad, al comportarnos de un modo individualista, generamos emociones internas y nos apoyamos en que los demás las han generado, sin reflexionar un poco, para darnos cuenta que los demás no tienen poder sobre nosotros y nuestras emociones si nosotros no se lo damos, y que en realidad las emociones las generamos nosotros al activar mecanismos internos, que no puede activar nadie salvo nosotros, y que los demás lo único que hacen es ser catalizadores para que nosotros las activemos, si no reflexionamos sobre ello, cualquier cosa que hagamos Aikido, Fútbol, Meditación, Yoga, Tai-chi, Natación, Pintura, Danza, Escritura… nos llevará al Éxito, pero no a la FELICIDAD, pues ambos son conceptos que pueden darse unidos pero que no necesariamente conllevan el uno al otro, aunque si puedan hacerlo.
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